terça-feira, 21 de julho de 2020

Rasgos del nuevo radicalismo de derecha

Theodor Adorno
Sí, señoras y señores, voy a intentar no ya ofrecerles una teoría del radicalismo de derecha con preten­siones de exhaustividad, sino poner de relieve, por medio de comentarios sueltos, algunas cosas que quizá no todos ustedes tengan presentes. No es mi deseo, por otra parte, restar validez con ello a otras interpretaciones teóricas, sino simplemente com­plementar un poco lo que más o menos se piensa y se sabe de estas cosas.

En 1959 di una conferencia titulada ¿Qué sig­nifica “revaluación del pasado"?, en la que desa­rrollé la tesis de que el radicalismo de derecha o, mejor dicho, el potencial de semejante radicalismo, que por entonces todavía no era visible en realidad, se explica por el hecho de que en todo momento siguen vivas las condiciones sociales que determi­nan el fascismo. Me gustaría, pues, partir del hecho, señoras y señores, de que las condiciones que de­terminan los movimientos fascistas, a pesar del fra­caso de estos, siguen vivas en todo momento en la sociedad, aunque no directamente en la política. En ese sentido, pienso ante todo en la tendencia a la concentración del capital dominante tanto en­tonces como ahora, tendencia de la que no cabe duda alguna, por mucho que se la pueda hacer de­saparecer del mundo por medio de todas las artes estadísticas imaginables. Esa tendencia a la con­centración significa, por otra parte, la posibilidad de desclasamiento, de degradación, de unas capas sociales que, según su conciencia subjetiva de clase, eran totalmente burguesas y deseaban mantener sus privilegios y su estatus social, e incluso re­forzarlo en la medida de lo posible. Esos grupos tienden en todo momento a abrigar odio contra el socialismo o lo que ellos llaman socialismo, es de­cir, no echan la culpa de su potencial desclasamien­to a todo el aparato que lo provoca, sino a aquellos que adoptaron una posición crítica frente al siste­ma en el que en otro tiempo los miembros de tales grupos poseían un determinado estatus, en todo caso según las concepciones tradicionales. Si con­tinúan haciéndolo en la actualidad o si hoy sigue siendo esa su práctica, ya es otra cuestión.

Pues bien, el paso al socialismo o, dicho en tér­minos más humildes, a las organizaciones socialis­tas exclusivamente, ha sido desde siempre para esos grupos muy difícil y en la actualidad es mucho más difícil de lo que lo era antes, al menos en Alemania (y mis experiencias se remiten, por supuesto, a Ale­mania en particular). Sobre todo porque la SPD se identifica con un keynesianismo, con un libera­lismo keynesiano que, si bien por un lado evita las posibilidades de un cambio de la estructura social que se situaba en la teoría marxista clásica, por otro, refuerza la amenaza del empobrecimiento, en todo caso en último término, de las capas sociales de las que he hablado. Recuerdo el simple hecho de la inflación paulatina, pero perfectamente percepti­ble, que es precisamente una de las consecuencias del expansionismo keynesiano, y me acuerdo tam­bién de una tesis que desarrollé a su vez en ese tra­bajo de hace ocho años y que entretanto ha empe­zado a hacerse realidad, a saber, que a pesar del pleno empleo y a pesar de todos los síntomas de prosperidad, el espectro del desempleo tecnológico anda suelto por el mundo en tal medida que, en la era de la automatización —que en la Europa cen­tral todavía va con retraso, pero que, sin duda, recu­perará el tiempo perdido—, las personas que parti­cipan en el proceso de producción se sienten ya potencialmente de más —puede que haya expresa­do la situación en términos muy exagerados—, se sienten ya en realidad potencialmente desemplea­dos. A ello se suma por supuesto el miedo a los países del Este, tanto por su bajo nivel de vida como por la falta de libertad que de forma directa y muy real sufren las personas o incluso toda la masa de la población, y se añade también —en cualquier caso, desde hace poco tiempo— la sensación de la amenaza política proveniente del exterior.

Hay que pensar ahora en la curiosa situación reinante teniendo en cuenta el problema del nacio­nalismo en la era de los grandes bloques de poder. Pues resulta que dentro de esos bloques sigue vivo el nacionalismo como órgano de la representación de intereses colectivos en el seno de los grandes grupos en cuestión. No cabe duda, desde luego, de que existe entre la gente un temor sociopsicológico, pero también real y muy extendido, a verse metida en esos bloques y de paso a verse gravemente per­judicada por lo que respecta a su existencia mate­rial. Así, por lo que se refiere al potencial del radicalismo de derecha en el sector agrario, el miedo a la Comunidad Económica Europea y a las conse­cuencias que ella entraña para el mercado agrícola es sin duda en este país [Austria] extraordinariamente fuerte. (…)

Me gustaría decir también, si de lo que se trata es de corregir ciertos clichés sobre estos asuntos, que la relación de esos movimientos con la economía es estructural, o sea, que radica en esa tendencia a la concentración y en la tendencia a la depauperación, pero que solo puede uno imaginársela a un plazo demasiado corto y que, si se equipara el radicalis­mo de derecha simplemente con los movimientos coyunturales, puede uno llegar a conclusiones muy equivocadas. De ese modo, los éxitos de la NPD [el Partido Nacionaldemócrata, de extrema derecha] en Alemania resultaron ya alarmantes hasta cierto punto antes de la recesión económica, y de hecho, en cierta medida, se adelantaron a ella o, si prefie­ren ustedes, la dieron por descontada. Asimismo, anticiparon, si se me permite decirlo, un temor y un espanto, un espanto que más tarde se ha intensifi­cado enormemente.

Al hablar de la anticipación del espanto creo ha­ber tocado en realidad un factor fundamental, un factor que, hasta donde alcanzo a ver, se tiene muy poco en cuenta en las opiniones al uso acerca del radicalismo de derecha, a saber, su complejísima y difícil relación, predominante en nuestro país, con la sensación de catástrofe social. Cabría hablar de una distorsión de la teoría marxista del colapso, que se desarrolla en esta conciencia sumamente encogida y falsa. Por un lado, se plantea la siguien­te pregunta en torno a su dimensión racional: “¿Cómo van a seguir las cosas cuando se produzca una crisis de gran envergadura?”, y para semejante caso es para el que se recomiendan estos movi­mientos. Pero, por otro lado, dichos movimientos tienen algo en común con ese tipo de astrología manipulada actual, que yo considero un síntoma característico y extraordinariamente importante desde el punto de vista sociopsicológico, y es que en cierto modo desean la catástrofe y se alimentan de fantasías acerca del hundimiento del mundo, que, por lo demás, como sabemos por la documen­tación existente, tampoco fueron ajenas a la anti­gua camarilla de gerifaltes de la NSDAP [el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán]. Si hablara en términos psicoanalíticos diría que, sin ser esta la menor de las fuerzas movilizadas, en estos movimientos se apela al deseo inconsciente de desastre, de catástrofe. Pero me gustaría añadir —y con ello me dirijo a aquellos de ustedes que con razón se muestran escépticos respecto a una interpretación simplemente psicológica de los fe­nómenos sociales y políticos— que esa actitud no tiene solo motivaciones psicológicas, sino que cuenta también con su propia base objetiva. A quien no ve lo que tiene delante y a quien no quiere la transformación de la base social, no le queda nada más que lo que dice el Wotan de Richard Wagner: “¿Sabes lo que quiere Wotan? El fin”; lo que quiere, partiendo de su propia situación social, es el hun­dimiento, y no solo el hundimiento de su propio grupo, sino, a ser posible, el hundimiento de todo.

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Este texto es un extracto de la conferencia ‘Rasgos del nuevo radicalismo de derecha’ que el filósofo Theodor W. Adorno, de la Escuela de Fráncfort, pronunció el 6 de abril de 1967 en la Universidad de Viena. La editorial Taurus publica este discurso inédito el próximo día 20.